CUENTOS POR CALLEJAS

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viernes, 9 de abril de 2010

LA JUSTICIA DEL AJEDREZ


Aquel pueblo estaba situado en una rica comarca donde abundaban los olivos, se cultivaban cereales y se criaba ganado vacuno, ovino y caprino.

 Regado por un pequeño río y abundante en lluvias durante la primavera y el otoño, había agua abundante. También contaba con un molino de aceite, una factoría envasadora y una fábrica de quesos.

 Un pueblo próspero como aquél parecería que producía bienestar a sus habitantes, pero lo cierto es que el nivel de vida de sus gentes era inferior al de otros pueblos cercanos.
 La razón era que no abundaban los pequeños propietarios agrícolas, salvo algunos hortelanos a las orillas del río y algunos modestos ganaderos. El grueso de las tierras y las tres industrias tenían un solo dueño: Don José Cerdán, barón de Las Varas.

 Él se sentía benefactor de aquellos que trabajaban para sus posesiones, aunque los sueldos y jornales con que pagaba eran bastante más bajos que lo habitual en la región. Justificaba esta tacañería diciendo que la estabilidad laboral con la que contaban sus empleados constituía una nada despreciable ventaja respecto a lo de otros lugares.

 El señor Cerdán era descendiente de un tratante de ganado que en el siglo XIX, y aprovechando la desamortización de Mendizábal, compró unas tierras que habían pertenecido a una Orden religiosa. Con la proliferación de mano de obra barata y la feracidad de aquellas tierras, su bisabuelo se enriqueció rápidamente y amplió sus posesiones.

 Siendo ya suficientemente rico compró un título nobiliario que le confería la categoría social de la que se consideraba merecedor. Aunque el señor Cerdán era lo que hoy se llamaría un analfabeto funcional, él se consideraba muy por encima de los sabiondos, como él mismo decía, "que si eran tan sabios no lo eran tanto porque no habían logrado ser ricos." No obstante, y para mostrar su elevado nivel intelectual presidía la peña cultural y la peña ajedrecista del pueblo.
 Era esta última un curioso legado de dos militares rusos, los cuales para asesorar al ejército republicano durante la guerra civil habían permanecido allí unos meses, cuando el pueblo estuvo ocupado por las tropas. En sus horas libres los dos militares soviéticos jugaban al ajedrez y contagiaron su afición a los lugareños, quienes después formaron un grupo numeroso de jugadores y éstos llegaron a competir con ajedrecistas de la capital y otras ciudades de la región.

 Nicolás trabajaba en el Ayuntamiento. En su calidad de funcionario veía entrar y salir numerosa veces al señor Cerdán , muchas veces acompañado del alcalde, quien era un gran amigo suyo.
 Entre las amistades del terrateniente también se contaban el médico, el farmacéutico, el veterinario, el director del banco y otros.

 Sucedió que Nicolás se encontró un día con Marcela, prima segunda a la que veía poco pero a la que apreciaba y respetaba mucho. Era una joven que había enviudado recientemente y quedó con dos hijos pequeños, por lo que solicitó y logró trabajar en una de las industrias del señor Cerdán.
 Se daba la circunstancia de que don José miraba a las féminas que trabajaban para él como posibles trofeos para sus apetencias carnales y se arrogaba el derecho de acosarlas con la finalidad de lograr su objetivo. Una especie de derecho de pernada pese a estar en el siglo XX. Nadie sabía a ciencia cierta cuántas víctimas habría podido conseguir.

 Pero Marcela había sido una de ellas . Así se lo dijo entre lágrimas a su primo, con la circunstancia agravante de haberse quedado embarazada.
 Ella le dijo vehementemente que la forzó en la bodega del molino aceitero y que el guarda jurado había sido testigo de ello. Posteriormente el guarda le hizo saber que no declararía en contra de su amo. No quería perder su puesto de trabajo.

 Nicolás escuchó todo esto mientras apretaba los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos. -Te prometo, Marcela, que esto no ha de quedar así. Hay que hacer justicia como sea.- Le dijo mientras secaba el jugo de los ojos de la muchacha.
 Él sabía que sería inútil presentar una denuncia. Casos anteriores habían permanecido en el olvido. Las influencias del señor Cerdán le garantizaban la impunidad de sus fechorías. Nicolás no se arredró ante ello.

Logró hablar con Cerdán y obtuvo de él una carcajada por respuesta. -Dile a esa zorra que no va a sacarme nada. Si necesita dinero que putee por ahí.
                                                                                                                                                                                                       Después de esto, Nicolás habló con varias personas importantes del pueblo. Su posición de funcionario en la Corporación municipal le daba acceso a mucha gente. Mas fue inútil. Nadie se sorprendido por lo sucedido. Era un episodio más de las hazañas del barón de Las Varas.

 Pero Nicolás se llegó a ver al cura. Éste le prometió hablar con el señor Cerdán. El párroco consiguió que el terrateniente accediese a tener una mutua entrevista con Nicolás, pero exigía que estuviera presente el director del banco local, donde tenía las cuentas de sus negocios.
 Sabía que se le pediría alguna compensación económica y quería el asesoramiento del banquero.

 Se reunieron en una sala del casino en la que a veces se celebraban los campeonatos de ajedrez. En aquel ambiente tenso el señor Cerdán se mantenía sereno en un sillón, mientras fumaba un habano. Estuvieron largo rato discutiendo acerca de qué forma podría resolverse el asunto de Marcela. Al fin y al cabo, no quería quedar mal con el cura, quien era amigo del obispo.

 -Señor Cerdán-dijo Nicolás.- Llevamos tanto tiempo hablando y no llegamos a ninguna conclusión. Se me ha ocurrido una solución sencilla, ya que usted es un gran aficionado al ajedrez.

 Don José Cerdán era un pésimo jugador y si ganaba alguna vez era porque su antagonista se dejaba ganar para complacer al señor del pueblo. Halagado por las palabras de Nicolás asintió a su propuesta y le dijo que explicase su plan.

 -Verá, don José-dijo tomando un tablero en sus manos . Vemos aquí los 64 escaques de los que consta el tablero...

 -¿Qué son escaques?-preguntó un Cerdán ceñudo.

 -Los cuadrados del ajedrez donde se colocan las fichas-respondió Nicolás.

 Creo que si pusiese un céntimo en el primer cuadrado, dos en el segundo, cuatro en el tercero, y así sucesivamente, al llegar al treinta y uno habría pagado suficientemente para compensar a esa muchacha. Digo treinta y uno porque son los días del mes próximo, que empiea mañana. Así cada día el señor director del banco haría un ingreso a Marcela en la caja de ahorros.

 -¡Ja,ja, ja, ja...!- rió el señor Cerdán.-¿Quieres que regale un saco de calderilla a esa pelandusca?¿Quieres quedar bien conmigo haciéndome esa miserable petición? Seguro que esperas que te premie con algún favor. Está bien, si te consuela lo que has pedido, sea.

 Llegados a ese acuerdo Nicolás entregó al director el dibujo de un tablero para que el banquero, mediante el cálculo que había propuesto, fuese haciendo transferencias diarias a la cuenta de Marcela. Transcurrieron los días y el 31 el director de la entidad llamó a don José.

 -Señor Cerdán, le llamo porque su cuenta va a quedar sin saldo. Sería conveniente que ingresara algo.

 -¿Que mi cuenta está a casi cero? ¿Qué broma es ésta?-bramó. Ahora mismo voy para allá con mi administrador, y pobre de usted si ha metido la pata.

 Don José Cerdán, hecho una furia, y su contable entraron en el despacho del director.

 ¿Qué has hecho, director? ¿Dónde está mi dinero?

 -Verá, señor Cerdán. He hecho lo que usted me ordenó. Me lo dio por escrito cuando terminamos la reunión en el casino. Los ingresos a esa muchacha se han calculado correctamente. Su contable puede verificarlo. Al día de hoy se le han pagado más de dos mil millones de céntimos. O sea, 21.453.864 pesetas y 89 cts.

 -¡¿Quéee?!- chilló el señor Cerdán. -Esto es una estafa, un robo! ¿Quién me ha robado?

 -Nadie le ha robado-respondió el director.-Las cuentas han sido bien hechas. Aquí hay una calculadora. Que lo compruebe el contable.

 Comprobado por el administrador, éste asintió con la cabeza al cabo de un rato. El señor Cerdán, hundido en una butaca, gemía con la respiración entrecortada. Hubo que llamar al médico.

 Por consejo de Nicolás, Marcela se mudó a la capital. Allí pudo vivir holgadamente con sus tres hijos, pues ella, a causa de sus convicciones religiosas, no quiso abortar el tercero, el engendrado a la fuerza por Cerdán, barón de Las Varas.

 Un año después, hallaron el cadáver del aristócrata en su coto de caza. Había recibido un disparo en la cabeza. La Guardia Civil y el galeno determinaron que se trataba de un suicidio.

 El caso quedó archivado.

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